
Cuando Salí de la casa todavía me iba abrochando la correa, entonces me percate de que estaba lloviendo. No una llovizna cualquiera, era una lluvia a cántaro de esas que te mojan todo hasta la parte donde no te mojas jamás. El agua me quito el calorcito de las sabanas y empecé a temblar de frío.
Me mojaba mientras esperaba un carro de concho que estaban tan escasos como nunca y los que pasaban estaban llenos. Me ví en la necesitad de improvisar un atajo por Buenos Aires. Corrí, atravesé unas que otras calles, me perdí, retrocedí di vueltas en círculos y pregunte al alguien que pasaba. Al fin encotre la salida.
En mi jornada gane dos pasajes, solo me faltaba uno por tomar. Ahh si que bueno, lo encontré vació, me monte con desespero. Cuando llegue a mi destino me baje sin mirar a ningún lado, crucé el puente peatonal corriendo. Mire el reloj marcaba las 10:55 de la mañana.
Cuando al fin llegue a la puerta. Que gran sorpresa me dí, al descubrir que estaba cerrada. En el taller no se veía un alma, mas que el puertero que se acercaba, con su caminar tan seguro y su vieja escopeta en la mano. Se mojaba lo que al parecer no le hacia ninguna gracia, porque se le notaba en la forma de poner su cara.
Cuando se acerco le pregunte porque el taller estaba cerrado. Me miro con ojos burlones mientras dejaba escapar una carcajada al verme todo mojado y me dijo entre risas: Hoy es domingo.